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Al General Augusto C. Sandino

  • Foto del escritor: R4T
    R4T
  • 27 may 2020
  • 3 Min. de lectura

Carlos Mario Castro

General Augusto C. Sandino, ignoro si al final la BBC de Londres decidió incluirte en la lista de las personalidades latinoamericanas más destacadas del pasado siglo. Sería muy triste que entre los más “destacados” de la centuria pasada apareciera el oscuro y tristemente célebre General Pinochet; y a vos, mi entrañable General Sandino, te dejaran relegado, postrado y olvidado donde tu vida y tu ejemplo no incomoden la “armonía”, la “prosperidad”, y la “paz”, que muchos ahora proclaman nos han traído la globalización de la economía y de los Estados Unidos.


En Centroamérica hacen falta los hombres como vos; sobre todo los hombres, no por antifeminismo sino porque el género masculino ha sido el más frondosamente proclive a convertir la política en negocio, en traición, en intolerancia, en oportunismo a la caza de privilegios, dinero, y poder. Como en otras esferas de nuestro mundo, la voz de las mujeres es todavía un tímido, pero esperanzador murmullo que ojalá pronto irrumpa como un grito que todo lo sacuda, renovando todos aquellos principios que los hombres hemos traicionado.

General Sandino, te imagino de pie y algo de lado, en esa postura tan tuya inmortalizada en pinturas y monumentos: con tus polainas, tu chaqueta y tu sombrero, como una sombra que luminosa nos observa, ahora quizás con algo de tristeza al ver el descalabro en que terminaron aquellas empresas humanas tan llenas de esperanza como la revolución en tu amada y siempre sufrida Nicaragua. Los fusiles de las revoluciones callaron, pero la injusticia sigue gritando en la voz de los campesinos, los indígenas, los negros. En la voz de los niños y niñas que desamparados y olvidados duermen en las calles de las grandes avenidas de nuestra querida Centroamérica.


Existen los enemigos del recuerdo. Aquellos poquitos, pero poderosos, que quisieran que no recordáramos. Los que con burla y prepotencia nos gritan trasnochados, los que distorsionan el recuerdo acomodándolo a sus oscuras conveniencias. Para ellos la memoria es subversiva y hay que silenciarla, escondiéndola donde no estorbe ni perturbe la mala conciencia de nadie. Por eso en tu Nicaragua, el nombre de tus hijos y de tus hijas es borrado de las calles, de los monumentos, de las plazas. Pero cómo olvidar a los que, como vos, mi General, trabajaron, lucharon, y dieron la vida, por construir una historia más abundante en libertad, justicia y humanidad.

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General Sandino, no fuiste comunista. Tu lucha no estuvo motivada por ninguna ideología, ni de derecha ni de izquierda. Esas al final terminan volviéndose contra el pueblo. Aunque por supuesto tu actuar estuvo más conforme con el proceder de la izquierda que con el de la derecha. Te peleaste con Farabundo Martí: el Negro, honesto pero terco, no entendía que para luchar por los pobres no era necesario tener la membresía de la Internacional. Actualmente nuestros dirigentes de izquierda se encuentran enemistados por la ideología y la ambición. Pudo más la doctrina del manual, la sed de poder y dinero, que los cotidianos dolores del pueblo. Muchos de nuestros dirigentes son ahora prósperos políticos empresarios de izquierda. La mística de primero el pueblo y por último yo, la honestidad y la integridad son ahora un episodio pasado y anecdótico en la vida de muchos que antes se decían de izquierda.


Pienso en tu vida, General Sandino, y descubro que el argumento que motivó tu lucha fue el sufrimiento de tu Nicaragua. Tu argumento para lucha fue construir una Nicaragua libre de ejércitos extranjeros, libre de dictadores, libre de desigualdades sociales y económicas. A vos, General Sandino, te dolió el pueblo en algún rincón de tu heroico y valiente corazón. Con tu lucha no perseguiste el poder, nada más la libertad y la justicia para tu pueblo. Que tu ejemplo, General Sandino, nos ilumine el camino de la justicia en estos tiempos sombríos, para que, al lado de los obreros y campesinos, al lado de las mujeres, podamos un día llegar al final del camino donde --con palabras de Rimbaud-- comienza esa esplendorosa ciudad que traerá la luz, la justicia, y la dignidad, a todos nuestros pueblos.

 
 
 

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