CORONA DE FUEGO Avatares de la transformación (5a. de 8)
- R4T
- 12 ago 2020
- 4 Min. de lectura

Por Miguel Rendón Macossay (@miguecoop)
5. Economía migrante y antirracista
Si el cuidado es la concepción definitiva de la economía feminista, la reparación es la propia para corregir la lacra, la otra epidemia, pero de tipo cultural, que es el racismo. Machismo y racismo se han de mirar como en un espejo. Son las dos principales columnas culturales sobre las que se sostiene la opresión, que también incluyen otras formas opresivas contra el colectivo Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales, Intersexuales (LGTBI), y otras formas de discriminación e intolerancia basadas en los cuerpos, como la complexión, la edad, el color, o capacidades diferentes. No considerarlos como diferentes manifestaciones de una misma opresión sistémica puede representar una grave contradicción en el espíritu libertario de los movimientos sociales transformadores. Los protocolos, el cambio cultural que se va forjando, y las leyes afirmativas al respecto que se van implementando ante las agresiones machistas, podrían ser reivindicados para las agresiones racistas. Esto nos haría también cuestionarnos las formas de la opresión y también a afinar los protocolos para combatir la discriminación en cualquiera de sus otras formas. Se visibilizaría la estructura racial como correlato de la estructura patriarcal y cómo se distribuye el privilegio. Si hay un avance significativo del feminismo en las últimas décadas es interesante cuestionarse por qué no lo ha habido tanto en el antirracismo; al contrario, es preocupante el resurgimiento del neofascismo racista en movimientos electorales por todo el mundo, sobre todo en los países de mayoría blanca y receptora de inmigrantes. Es claro que hay mujeres en todas las clases sociales y que las de clases altas han podido ejercer una mayor fuerza de cabildeo y presión social para el cambio feminista. En cambio, la racialización discriminatoria ha desfavorecido a las personas de pigmentación más oscura para que ocupen las clases más bajas y por consiguiente menor capacidad de presión social y acceso al poder.
Durante las cuarentenas hemos visto brutalidad y abuso policial contra personas racializadas en Europa y Estados Unidos; por una parte, pero más sutilmente, hemos podido apreciar cómo la mayoría de los trabajos llamados esenciales, aquellos de los que no se puede prescindir porque colapsaría la vida (alimentación, salud, cuidados, energía, paquetería y transporte de mercancías, etc.) son realizados por personas de origen inmigrante, racializadas, o indígenas. En contraparte, se ha reconocido la importancia de la cultura, el arte, la filosofía, la restauración y el entretenimiento, pero también se ha fortalecido la necesidad no vital del teletrabajo, y de las industrias del capitalismo digital (internet, comunicaciones e informática). La cruel ironía es que los altos puestos ejecutivos, gestores, propietarios, etc., de las industrias esenciales, conservan sus empleos e ingresos y pueden confinarse en cuarentena, ponerse a salvo y asegurarse (la mayoría gente blanca), mientras que los operativos, los que hacen el trabajo efectivo tienen que arriesgarse y a sus familiares para subsistir. Esto nos recuerda y comprueba la tesis de David Graeber sobre los trabajos de mierda (bullshit jobs), que son de los que se puede prescindir sin ninguna consecuencia porque no generan valor ni abundancia, pero que concentran la mayor remuneración económica, muchos de ellos agrupados en industrias irrelevantes infladas por el tipo de vida consumista y que no satisfacen ninguna necesidad real. Muchos de los trabajos calificados, profesionales, intelectuales, pertenecen a esta categoría. Esta contingencia nos ha presentado un desnudo integral, de cuerpo completo, de la economía capitalista y el orden cultural contemporáneo.
La reparación es la clave para corregir la desigualdad heredada. No solamente se debe detener la matanza por omisión o activa obstaculización (el asesinato masivo de inmigrantes en el mediterráneo o los desiertos de Norteamérica y Asia). No solamente con las acciones afirmativas y acceso a oportunidades. Reconocer la importancia económica de los inmigrantes es una valoración utilitarista, cosificante e inhumana. Es justo procurar la libertad total. El discurso integracionista de la aceptación de inmigrantes también implica un pretendido genocidio cultural: la absorción por la cultura dominante y la destrucción de las resistentes es un doble empobrecimiento. La diversidad intercultural es la verdadera riqueza.
A nivel internacional otra absurda ironía se manifiesta en la estructura y legitimación de la deuda. Esa deuda que como mecanismo de contrato social obliga tanto a nivel micro como macro a relaciones de control, dominio y hegemonía. Por un lado hay una deuda monetarizada en forma de deuda externa de los países que perpetúa las condiciones de subdesarrollo en el ciclo recurrente de crisis financieras y la pobreza que expulsa a los migrantes. Por el otro lado, hay una deuda histórica no reconocida por los deudores creada por el colonialismo. Los países coloniales construyeron su dominancia actual tras siglos de despojo y saqueo de minerales, mercancías, fertilidad agrícola y trabajo humano esclavo que sentaron las bases para continuar relaciones de dependencia económica y potestad social sobre pueblos enteros alrededor del mundo. Hoy vivimos un imperialismo transnacional disfrazado de globalización económica, una colonialidad de hecho, sutilmente diferente del anterior colonialismo. La reparación implica no intervenir en oposición a la soberanía a los pueblos y comunidades políticas del Sur (tanto presencial como cultural) para su propio desarrollo local endógeno, autogestionado y autogobernado (¿cuántas revoluciones sociales en el Sur han sido detenidas desde los centros coloniales?). Detener el saqueo ecológico (agrícola, mineral, energético, laboral) de los imperios corporativos internacionales, pero también devolución (devolver el oro) a través de la transferencia masiva de riqueza material y tecnológica, la devolución de lo robado históricamente. Esto es la reparación absoluta en términos de justicia.
Pero no seremos ingenuos que suceda a corto plazo ni por voluntad de los gobiernos y sociedades del Norte, es solo que se debe poner en el horizonte. Mientras, la economía migrante representa una reparación real, implícita, con los flujos de remesas que genera. Aunque solo sea una posibilidad para el mantenimiento digno de las familias del Sur, tiene un potencial transformador. De la misma manera en que la economía de los cuidados no representa una transformación por su sola existencia, la economía de reparación internacional de los migrantes quizá tampoco tenga una conciencia transformadora. Para que eso suceda la economía migrante también necesita ser reconocida y facilitada. Todas estas tendencias transformadoras de la economía no son impulsadas por los gobiernos capitalistas. Al contrario, aquellos son los instrumentos para detenerlas, salvo contadas coyunturas minúsculas en los escenarios políticos, sobre todo a nivel municipal, que es el nivel más cercano a la gente. Tanto las economías mencionadas como las que comentaremos a continuación son impulsadas por pequeñas acciones colectivas, pequeños proyectos como gotas de agua, que cuando se juntan pueden hacer un torrente.
Foto: Israel Alatorre (https://www.flickr.com/photos/ixbarnix/)
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